jueves, 22 de marzo de 2007

de la narcopolitica a la parapolitica

De la narcopolítica a la parapolítica
La inmersión de sectores definidos de la sociedad colombiana en el narcotráfico y en reciprocidad la recepción de sus efectos negativos comenzó a mediados de la década de los setenta, con la apertura de la llamada ‘ventanilla siniestra’ del banco de la República autorizada por el presidente Alfonso López Michelsen.
A partir de ese hecho, surgieron los carteles de las drogas, el lavado de dineros, la incursión de los capos en la política local, regional y nacional, el sicariato, la burbuja de las economías subterráneas, la guerra de las drogas en toda su extensión, la degradación del conflicto interno, la inmersión de los agentes generadores de violencia en el narcotráfico, el terrorismo, la estigmatización de los colombianos en el exterior y mucho más.
Marco general
Desde una perspectiva global, el narcotráfico niveló los estratos sociales por capacidad económica y permitió que los traquetos[1] convivieran con la rancia sociedad, e inclusive les facilitó compartir con ellos las curules y las mieles de la burocracia.
De paso a ‘untó’ a reinas de belleza y modelos, al mundo de la farándula e inclusive sacó del anonimato a mujeres bellas con talentos especiales pero sin ‘palancas’. Por otro lado, inmiscuyó en negocios turbios y reiterados casos de prostitución, a inmigrantes colombianos en Estados Unidos, España, México, Canadá, Ecuador, Perú, Chile, Panamá, Japón, Suiza, Alemania, Holanda, etc.
Además de permear el campeonato profesional de fútbol, también incrementó negocios como la compraventa de vivienda con cifras exorbitantes, al igual que el comercio de autos lujosos y extravagantes. Al mismo tiempo, inmiscuyó en la política a delincuentes regionales y cooptó a los gamonales, enlodó la imagen presidencial, pues hasta hubo un presidente, un ministro de defensa y un contralor impuestos por el cartel de Cali; incrementó la guerra de guerrillas prostituyó conciencias en la Fuerza Publica, las cortes, el congreso, los concejos municipales, las alcaldías, las asambleas departamentales, etc.
El incisivo accionar del narcotráfico tocó las fibras de las superintendencias, desató la industria del lavado de dinero, puso a oscilar el precio del dólar, aumentó las tasas de homicidios y delitos de toda especie, marcó tres generaciones y llevó a Colombia al caos que padece en la actualidad.
Lo grave del asunto es que no se vislumbra la luz al final del túnel. No hay líderes, no hay credibilidad en la clase política. Hay una rapiña populachera de parte de la izquierda y una voracidad insaciable de los dirigentes políticos de siempre y de oportunistas de oficio prohijados por los sectores tradicionales.
En ese orden de ideas, el desplazamiento masivo de campesinos que abandonan sus parcelas, es otra consecuencia del narcotráfico sumada a los daños ecológicos, la recesión del campo y la cultura de la violencia para imponer las ideas propias, en una orgía de sangre y terror que supera los tres millones de víctimas directas y a todo el país en reciprocidad.
La guerra de las drogas en Colombia
La rampante y prolongada corrupción administrativa patrocinada por los dos partidos políticos tradicionales colombianos (liberales y conservadores); la violencia apadrinada por el partido comunista colombiano gestor de las guerrillas izquierdistas con el consecuente nacimiento de las autodefensas ilegales, y el impacto social, político y económico del narcotráfico; constituyen los tres principales responsables de la violencia que asedia a Colombia.
El Plan Colombia no es una estrategia suficiente para erradicar el problema del narcotráfico. Es un círculo vicioso en el que Colombia pone los muertos, el sacrificio de su juventud y el buen nombre del país, mientras que el primer mundo pone el dinero para combatir el cultivo mas no el consumo.
Los hallazgos de millonarias caletas llenas de lingotes, dólares y euros en Cali, apenas una de las ciudades donde se mueven las mafias del narcotráfico, revelan que el problema está latente y que la solución debe ser integral, con el comprometimiento de los países afectados.
La respuesta implica la legalización del consumo de coca para desestimular los elevados precios del mercado clandestino, el bloqueo de los activos y el lavado de dinero, el control a la venta de insumos por parte de los fabricantes y el compromiso permanente de todos los países implicados en la lucha frontal.
La debilidad de carácter del presidente César Gaviria Trujillo (1990-1994), quien promovió una asamblea constituyente ordenada por el cogobierno de Pablo Escobar desde la cárcel-hotel de cinco estrellas en Envigado, para impedir la extradición de delincuentes colombianos al exterior, señala el momento histórico, en que las Farc incrementaron la inmersión en el narcotráfico, las autodefensas protegidas con el nombre de Los Pepes o perseguidos por Pablo Escobar desataron la nueva etapa de violencia irracional y los carteles tradicionales de las drogas, replantearon la metodología delictiva.
Así como la sociedad colombiana se ha quedado corta en hacer un juicio histórico a la responsabilidad total de la debacle causada por la clase política que ha malgobernado el país, por ejemplo a las familias López, Lleras, Gómez, Pastrana, Leyva, Peñalosa, Santos, Turbay, Caicedo, Ospina, Rojas y otros que han estado presentes en actos trascendentales de gobierno o desgobierno; tampoco ha habido un juicio concreto a la laxitud del presidente César Gaviria Trujillo durante su bochornoso mandato.
Además de cohonestar la vergonzosa existencia de la cárcel de la Catedral, Gaviria mantuvo en el cargo al impreparado ministro de Defensa Rafael Pardo Rueda, principal responsable, tanto de la vergonzosa finca recreacional para delincuentes de alta peligrosidad, de la escandalosa fuga de los delincuentes detenidos en el supuesto centro de reclusión y luego de la abierta complicidad del bloque de búsqueda en Medellín, con los miembros de las autodefensas ilegales y otros delincuentes.
Al cabo de la siniestra alianza que era de conocimiento total del presidente Gaviria y su ministro Pardo, Pablo Escobar fue dado de baja y el cartel de Medellín cuasi-desmantelado. Como premio a la muerte del capo, los Estados Unidos presionaron a sus amigos en Latinoamérica para compensar a Gaviria con el cargo de Secretario General de la OEA. Pero siguió latente el problema del narcotráfico y la consecuente inmersión de las Farc y las autodefensas ilegales en ese delito.
Pese a la gravedad de los hechos y escudado en la amnesia política consuetudinaria de los colombianos, Gaviria regresó al país, fue nombrado Jefe Único del Partido Liberal, Rafael Pardo fue precandidato a la presidencia de la república con nuevas aspiraciones, y ambos se convirtieron en asiduos críticos de los acuerdos de paz con las autodefensas, que ellos mismos estimularon por omisión de sus funciones legales y constitucionales.
En síntesis, el narcotráfico permeó la vida política colombiana, alteró las costumbres sociales enquistadas desde la colonia, inundó la economía de dólares provenientes del delito, llevó al congreso al cartel de Medellín y a la presidencia al cartel de Cali, coadyuvó a la creciente descomposición social durante tres décadas, impulsó la emigración de personas vinculadas al narcotráfico, facilitó el crecimiento de las Farc financiadas con dineros de las drogas ilícitas y el consecuente fortalecimiento de las autodefensas.
La guerra está en su momento más crítico. La estrategia de seguridad democrática ha neutralizado parcialmente la estrategia integral de las Farc y ha desenmascarado a las autodefensas ilegales, pero no ha destruido el narcotráfico fuente de finanzas de ambos bandos. Es un círculo vicioso: narcopolítica, parapolítica, narcopolítica.


Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
Analista de asuntos estratégicos
www.luisvillamarin.co.nr

[1] Narcotraficantes.

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