La masiva votación que condujo a Juan Manuel Santos a la presidencia fue contra Chávez y contra las Farc. No por el mejor candidato, pues por desgracia no lo había entre el amplio ramillete de aspirantes al solio de Bolívar. Por ende, el actual mandatario de los colombianos, no puede olvidar ese compromiso histórico y esa decisión soberana y popular.
Los gastos de la improbable recomposición de las relaciones diplomáticas con Venezuela, son muy onerosos para el fisco nacional y para la labor de la Canciller Holguín, quien igual a sus antecesores no avizora proyección estratégica, sino inclinación a seguir el juego chavista, orientado desde La Habana y Brasilia.
Se suma la bobería colectiva. Ni la academia, ni los analistas internacionales, ni los politólogos, ni los columnistas de opinión, ni los funcionarios del gobierno, parecieran entender que la hipocresía de Chávez y su canciller Maduro, la mala fe de Lula Da Silva, la ambivalencia consuetudinaria de Correa, el sainete de Unasur y sus socios de Colombianos por la Paz, etc; son una celada a Colombia, con el fin de legitimar a las Farc, integradas al socialismo del siglo XXI.
Otra vez aparece en el escenario de guerra y paz en Colombia, la cartilla de diplomacia coercitiva estructurada en la antigua Unión Soviética por Krushev. Así como las Farc han pretendido negociar por medio del chantaje y la intimidación, no para desmovilizarse sino para avanzar hacia la toma del poder; sus cómplices nacionales e internacionales coadyuvan con la promesa que Chávez se volverá un caballero (algo dudoso al extremo), y que por lo tanto, “habrá relaciones fluidas”.
Difícil entender que a pesar de las contundentes pruebas con videos satelitales y coordenadas exactas de guaridas terroristas de las Farc en territorio venezolano, ni el gobierno chavista, ni Unasur hayan actuado en consecuencia. Por el contrario, publicitaron la farsa de la paz en Colombia. O lo que es peor, que este no sea el tema central para normalizar relaciones entre los dos países.
Pero es mas difícil de entender, que el presidente Santos cuyo paso por el Ministerio de Defensa le permitió conocer la dimensión del complot contra Colombia financiado por Chávez, Y, orientado por Lula y el dictador cubano, se preste para todo este sainete, tan costoso en todo sentido para los colombianos.
La pueril explicación de muchos se circunscribe a la necesidad del comercio bilateral, como si no fuera obligación estratégica y administrativa de los ministerios de Relaciones Exteriores, Comercio, Agricultura y Desarrollo explorar otras opciones. O como si los cónsules y embajadores no tuvieran nada que hacer diferente a vivir del exilio dorado de la diplomacia y las intrigas politiqueras.
La luna de miel con Chávez es una quimera. Detrás de ese montaje está la intención comunista sobre Latinoamérica, para lo cual Colombia ha sido la piedra en el zapato. Los colombianos eligieron a Santos, no por ser el mejor ni el compatriota más capaz para gobernar al país, porque no había tal. Votaron contra Chávez, contra las Farc, y, contra las traiciones a la patria de la reconocida estafeta fariana.
El problema con Venezuela no se arregla con sonrisas o declaraciones hipócritas. Debe ser llevado a instancias internacionales, porque no es solo con Venezuela sino con los gobiernos proterroristas de Brasil, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Argentina, El Salvador y Cuba. Hay un complot contra Colombia y el presidente en ejercicio debe cumplir el mandato de los electores.